Un mal año que no deja ni buenas perspectivas
Les compartimos una nota realizada por el Licenciado Daniel Guida, para el diario La Capital en referencia a un balance del año 2018, que ha mostrado con toda crudeza las debilidades e injusticias de un modelo económico que en Argentina es conocido por sus varios y agudos fracasos.
El año 2018 ha mostrado con toda crudeza las debilidades e injusticias de un modelo económico que en Argentina es conocido por sus varios y agudos fracasos. La desregulación y liberalización de los mercados, pero especialmente, el cambiario, ha resultado ser un problema económico mucho mayor del que se suponía al comienzo del período, cuando se levantaron todos los controles apostando al financiamiento externo y a la «lluvia de inversiones» que sólo apareció para aprovechar la bicicleta financiera que propició el gobierno mediante una fallida e irresponsables política antiinflacionaria.
El modelo de Cambiemos no podía tener otro desenlace. Muchos veníamos advirtiendo el fracaso rotundo de la política monetaria y las inconsistencias propias de un esquema basado en «los negocios» que, en muchos casos, se contradice con la lógica neoliberal tradicional; tal es así que, el déficit fiscal total, que tanto denostó el macrismo, termina siendo mayor al de sus antecesores, y aun las grandes empresas se encuentran perjudicadas y con un horizonte económico aún más incierto.
Con esta obsesión por los negocios de un grupo minoritario, es lógico pensar que los indicadores productivos, sociales y laborales estén mucho peor que un año atrás. La inflación anual ha sido la más alta desde el estallido de la crisis en 2001 (acumula un 50% anual aprox.); la pobreza y el desempleo aumentaron significativamente (superando el 33% y alcanzando los dos dígitos, respectivamente), el salario real se ha deteriorado incluso más del 10%, los tarifazos y el aumento de los alimentos ha implicado una fenomenal transferencia de ingresos en detrimento de los sectores medios y bajos, la industria manufacturera (crucial por su generación de valor y empleo) acumula una caída mayor al 11%, etc. En rigor, cuesta destacar algún indicador positivo en el año 2018.
Esta sucesión de políticas inconsistentes e imprudentes han agudizado el problema principal de la economía argentina, agravando la situación que ya se presentaba a finales del 2015: el déficit fiscal y el externo. Cuando a principios del 2018 el rojo de la cuenta corriente (déficit externo) se proyectaba en 40.000 millones de dólares para todo el año, se precipitó la corrida cambiaria. Ese fue el punto de estallido del modelo, que actualmente vive con un respirador artificial muy costoso en términos políticos y económicos: los préstamos del FMI.
Dado que el gobierno ha entregado las riendas de la economía al Fondo Monetario, se observa en estos últimas semanas la vigencia hacia un esquema más lógico con los postulados neoliberales, con el propósito de ordenar las cuentas públicas y generar una recesión económica lo suficientemente profunda como para cerrar el déficit externo. Obviamente, a costa del empobrecimiento de la Argentina, cuyo PBI medido en dólares cayó más de un 25%.
Pero la desconfianza que reina en el sistema va más allá de cerrar el 2018, puesto que al mismo tiempo que la Argentina acumula pasivos externos que rozan el 100% de su PBI, la economía no genera genuinamente las divisas suficientes para pagar la deuda y financiar el actual esquema aperturista. Es difícil responder a la pregunta acerca de cuánto tiempo puede durar esta aparente calma en el mercado cambiario. Lo que se observa con claridad es que un riesgo país de 730 puntos no parece indicar que los mercados están dispuestos a seguir financiando este esquema, aun con el fenomenal apoyo financiero del FMI por 57.000 millones de dólares, que es record histórico para el país y para el organismo.
A pesar de que el gobierno logre mejorar el déficit fiscal primario (aunque difícilmente llegue al equilibrio total), el resultado de este conjunto de medidas, todas financieras, encontrará al sector público con un déficit consolidado que, sumado el cuasifiscal, superará el 8% de PBI. Este hecho es muy preocupante, en un contexto sin financiamiento y sin capacidad de generar de inversión genuina, exportaciones netas y mejora de la economía doméstica.
A la falta de fundamentos locales para esperar una recuperación suficiente en el 2019, a hay que sumarle la situación internacional, completamente compleja y con miras a restringir cada vez más la llegada de capitales; ya no se habla de inversión real (casi imposible en este contexto), sino tampoco las especulativas o prestamos de corto plazo. Por esto, a medida que se vayan gastando los dólares del FMI, la presión sobre el dólar será mayor; en ese marco es impensado que pueda bajar el riesgo país hasta menos de 400 puntos, lo que abriría alguna posibilidad de obtener nuevamente financiamiento. En otras palabras, para los que creían que se puede vivir eternamente gracias al financiamiento: bienvenidos al mundo real.
En síntesis, dado que la recesión se ha transformado en el medio para cerrar el déficit externo, existen pocos argumentos para pensar que la economía del 2019 se reactivará para recuperar lo perdido en este año. De esta forma, tampoco se puede esperar la mejora de grandes sectores de la vida nacional, sino que por el contrario, se prevé mayor tensión social y presión sobre el tipo de cambio.
En ese marco, el hecho de que el 2019 sea un año electoral, no implica necesariamente que el gobierno vaya a tomar medidas destinadas a mejorar la situación económica de las mayorías para acercarse al objetivo dorado de la reelección. Más que por una cuestión de voluntad, se trata de una idea que no ofrece alternativas ni contemplaciones, y cuyos responsables están dispuestos a hacer cargar sobre las espaldas de todos los argentinos los costos de sus deseos más bajos.